"-¡Te maldigo, Esteban! -le gritó Férula-. ¡Siempre estarás solo, se te encogerá el alma y el cuerpo y te morirás como un perro!"
(Allende, pág. 144).
La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende (haz clic para la versión en PDF), es una increíble obra del Realismo Mágico con muchos personajes muy particulares. Estos personajes cambian a lo largo de la historia, y una de las características más interesantes de la obra es que lleva un recuento cronológico de la vida de varias generaciones. Por lo tanto, se conoce cómo los personajes nacen, crecen, maduran e incluso mueren, su pasado, algunas veces su futuro, y el por qué de sus acciones.
Uno de los personajes principales, que está presente del primero al último capítulo, es Esteban Trueba. Es un personaje muy controversial que genera diferentes reacciones en los lectores a lo largo de la obra. Puede ser muy odiado, muy querido, provocar desprecio, provocar compasión, ser agresivo o ser tierno. Lo que es indudable es que los acontecimientos que vivió y su forma de enfrentarlos lo llevaron a estar, aunque algunas veces rodeado de gente, en una profunda soledad. De acuerdo a su desarrollo en la historia, hay varias etapas de soledad.
Esteban Trueba, que es un narrador en gran parte de la obra, habla de su infancia al principio del libro: "Nunca me había bañado en agua caliente y los recuerdos que tenía de mi niñez eran de frío, soledad y un eterno vacío en el estómago" (Allende, pág. 31). Su padre fue un alcohólico muy violento y su madre estuvo ausente, deteriorándose cada día más a causa de la artritis que la llevó al lecho de muerte. Fue criado por su hermana Férula. Gracias a ella no murió de hambre ni abandono, pero su relación nunca fue buena. Aunque lo servía a él y cuidaba a su madre con devoción, siempre esperó recibir algo a cambio. "Lo había cuidado y servido como ahora lo hacía con la madre y también a él lo envolvió en la red invisible de la culpabilidad y de las deudas de gratitud impagas" (Allende, págs. 53-54).
Así transcurrió su triste niñez, que luego compararía con sus riquezas y afirmaría su idea de que quien se esfuerza puede salir adelante, algo que los "ociosos" campesinos no lograrían sin un patrón.
Esteban es introducido en el libro como un jovencito enamorado de Rosa Del Valle, la bella. Él mismo relata cómo llegó a enamorarse de Rosa: "Pasó por delante de mí sin verme y penetró flotando a la confitería de la Plaza de Armas. Me quedé en la calle, estupefacto, mientras ella compraba caramelos de anís, eligiéndolos uno por uno, con su risa de cascabeles, echándose unos a la boca y dando otros a su hermana" (Allende, pág. 33). Aquí se demuestra su carácter sensible y cariñoso. Por ello, la primera impresión que da es muy agradable.
A pesar de su pobreza de ese entonces, provocada por los despilfarros de su padre, logró ser un pretendiente de Rosa. Es posible que Nívea y Severo Del Valle, padres de Rosa, lo hayan aceptado en su condición para que su estrafalaria hija no fuera una solterona de por vida. Así, Esteban se prometió trabajar duro y ganar el dinero que necesitaba para comenzar su vida con la hermosa sirena de pelo verde. Esta determinación lo llevó a las minas del Norte, donde estaba seguro que encontraría una fortuna. En esa época, vivió entre el vasto desierto en un pequeño y rústico cuarto. "Todo mi mobiliario consistía en una silla, un catre de campaña, una mesa rústica, una máquina de escribir y una pesada caja fuerte que tuve que hacer llevar a lomo de mula a través del desierto, donde guardaba los jornales de los mineros, algunos documentos y una bolsita de lona donde brillaban los pequeños trozos de oro que representaban el fruto de tanto esfuerzo" (Allende, pág. 31).
Acalló sus instintos y necesidades humanas con prostitutas de la región, pero su corazón y deseo le pertenecieron siempre a Rosa, con quien se comunicaba a través de una fría correspondencia. La promiscuidad de involucrarse de esa forma con prostitutas puede molestar al lector, pero este sentimiento choca con el encanto por su incansable amor, abandono y dedicación. Esta fue su segunda época de soledad. "Una vez me preguntó mi nieta cómo pude vivir tanto tiempo solo y tan lejos de la civilización" (Allende, pág. 32).
Cuando el joven estaba a punto de tener todo el dinero que necesitaba, la mayor tragedia llegó a su vida: Rosa había muerto. "Sentí que sin Rosa la vida no tenía significado para mí. Me desinflé por dentro, como un globo pinchado, se me fue todo el entusiasmo" (Allende, pág. 43). En este momento el lector, incluyéndome, llega a sentir una gran compasión por Esteban. El único motivo de este joven para vivir, lo que lo llevó a sacrificar sus mejores años trabajando en el implacable desierto, se desvaneció dejándolo a la deriva.
Este doloroso acontecimiento cambió su vida para siempre y, lamentablemente, dio inicio a su época más oscura. Recuperándose lentamente de la terrible pérdida y buscando algo que hacer con su vida, recordó un terreno que tenía su padre en las afueras. Al llegar a "Las Tres Marías" se encontró con un lugar desordenado y casi en ruinas por el descuido en que lo tenía su padre. Sin embargo, se propuso sacarlo adelante incluso si esto implicaba empezar desde cero. Sus intenciones eran buenas, pero sus métodos no.
"Fuimos recuperando los potreros uno por uno, reconstruimos el gallinero y los establos y comenzamos a trazar un sistema de riego para que las siembras no dependieran del clima, sino de algún mecanismo científico" (Allende, pág. 64). Esteban reconstruyó todo, incluso dándole casitas de ladrillo a los campesinos. Se encargó de que no les faltara nada, les llevaba a un doctor, construyó una escuela para ellos y les daba regalos en Navidad. Esto y el éxito de "Las Tres Marías" lo llevaron a creer, como lo hizo por el resto de sus días, que era el mejor patrón de todos. Es cierto que todo esto beneficiaba a los inquilinos. Pero Esteban era muy autoritario y estaba convencido de que todo se vendría abajo si él no estaba al mando. No permitió que los trabajadores conocieran sus derechos, nunca entabló una verdadera amistad con ninguno de ellos, e incluso hubo una época en que les pagó con dinero que sólo podían canjear allí. Todos le temían, más que respetarlo.
No obstante, la más atroz muestra de poder y autoridad que dio fue poner en práctica su "derecho de pernada". Por ser el patrón, tenía la potestad de tomar a cualquier mujer de su propiedad y los alrededores sin ser reprochado por nadie y sin responder por sus actos. Esta fue la época en la que violó a casi todas las mujeres de la región y procreó incontables hijos que no reconoció. "Cuando llegaba a su casa alguna mujer con un niño en los brazos para reclamar el apellido o alguna ayuda, la ponía en el camino con un par de billetes en la mano y la amenaza de que si volvía a importunarlo, la sacaría a rebencazos, para que no le quedaran ganas de andar meneando el rabo al primer hombre que viera y después acusarlo a él" (Allende, pág. 77). Lo que no sabía era que todo el daño que causó le regresaría con creces.
A pesar de tener riquezas y mujeres, su corazón estaba solo y vacío. De ser un tierno joven enamorado y un emprendedor, pasó a ser un despreciable déspota y violador.
Esteban Trueba en una adaptación cinematográfica de "La Casa de los Espíritus".
Imagen tomada de https://thehouseofthespirits.weebly.com/characters.html
Estando en su reinado de terror en "Las Tres Marías", la salud de Doña Ester de Trueba empeoró, por lo que Esteban decidió volver a la capital. Tras la muerte de su madre, el joven decidió que era momento de sentar cabeza y encontrar una esposa. Fue a buscarla al mismo lugar donde había encontrado a la anterior: la casa de la familia Del Valle. Se encontró con que la única hija que quedaba soltera era Clara, la menor. Ella era una señorita muy peculiar con habilidades de clarividencia que le permitieron saber de antemano que Esteban llegaría para desposarla. Desde la muerte de su hermana Rosa, pasó nueve años sin hablar. Los esposos Del Valle le advirtieron de estas particularidades, pero Esteban igualmente decidió casarse.
Con su nueva fortuna construyó una hermosa casa, conocida como "La Gran Casa de la Esquina", que sería testigo de muchas locuras. Sabía que su matrimonio no había sido por amor, así que se dedicó a tratar de conquistar a Clara por todos los medios, comprándole toda suerte de regalos costosos. Pero esta mujer parecía tener un aura de otro mundo. Siempre estaba como ausente, indiferente de lo que ocurriera a su alrededor, más interesada por los espíritus que la acompañaban que por su propio marido.
Otra complicación fue su hermana Férula, que se fue a vivir con ellos para ayudarlos con las tareas del hogar que Clara era incapaz de hacer. En Clara pudo desprender su espíritu de servicio que se había quedado sin utilidad tras la muerte de su madre. La llenaba de atenciones y la hacía cada vez más inútil. Los hermanos Trueba peleaban por la atención de Clara, que ni siquiera estaba enterada de la situación. Todo fue empeorando hasta que Esteban sacó a Férula de su casa tiempo después. "Esteban descargó su furia de marido insatisfecho y gritó a su hermana lo que nunca debió decirle, desde marimacho hasta meretriz, acusándola de pervertir a su mujer, de desviarla con caricias de solterona, de volverla lunática, distraída, muda y espiritista con artes de lesbiana, de refocilarse con ella en su ausencia" (Allende, pág. 144).
La familia creció pero los embarazos, en lugar de unir a los esposos, aumentaron la distancia mística que los separaba. "(...) a principios de noviembre Clara seguía bamboleando una panza enorme, en estado semisonámbulo, cada vez más distraída y cansada, asmática, indiferente a todo lo que la rodeaba, incluso su marido, a quien a veces ni siquiera reconocía y le preguntaba ¿qué se le ofrece? cuando lo veía a su lado" (Allende, págs. 112-113).
El mal genio de Esteban también lo distanció más de su mujer en el futuro. Después de una fuerte pelea al descubrir a su hija con un subversivo campesino, Esteban descargó su ira contra su mujer y la golpeó, botándole los dientes. "Clara no volvió a hablar a su marido nunca más en su vida. Dejó de usar su apellido de casada y se quitó del dedo la fina alianza de oro que él le había colocado más de veinte años atrás (...)" (Allende, pág. 214).
Su soledad se extendió al resto de su familia. Así como nunca mantuvo una buena relación con sus padres, hermana y esposa, no se sentía unido a sus hijos. Con su hija Blanca apenas tuvo demostraciones de afecto, pero esto no se compara con sus peleas. Desde pequeña, Blanca se involucró con un pequeño niño en "Las Tres Marías": Pedro Tercero García. Su padre, Pedro Segundo García, y su abuelo, Pedro García, fueron muy estimados por el patrón; pero él fue su peor enemigo por mucho tiempo. Así, cuando descubrió que Blanca estaba con él, la insultó y golpeó brutalmente, rompiendo con su, ya de por sí, fría relación. Más adelante, al enterarse de su embarazo, la casó con el Conde Satigny contra su voluntad. "Ya me cansé. Vaya a buscar sus pilchas, porque se viene a la capital conmigo. Se va a casar con Blanca" (Allende, pág. 227). Esto terminó de romper los lazos que aún podrían unirlos, hasta que se reconciliaron muchos años después: "-No he sido un buen padre para usted, hija -dijo-. ¿Cree que podrá perdonarme y olvidar el pasado? -¡Lo quiero mucho, papá! -lloró Blanca echándole los brazos al cuello, estrechándolo con desesperación, cubriéndolo de besos" (Allende, pág. 413).
Con los gemelos sucedió algo similar. Esteban no podía entender cómo dos jóvenes tan estrafalarios eran hijos suyos. Estaba en contra de su forma de pensar y actuar, diferente en cada uno pero igual de molesta. Los extraños negocios y las locuras espiritistas de Nicolás lo hicieron pasar muchas vergüenzas hasta que decidió arreglar la situación de una vez por todas: "Cuando pudo salir de la cama agarró a su hijo Nicolás por el cuello, lo montó en un avión y lo fletó en dirección al extranjero, con la orden de no volver a aparecer ante sus ojos por el resto de su vida" (Allende, pág. 315). Y las ideologías socialistas de Jaime lo llevaron hasta los extremos, hasta que el joven decidió ya no ser un Trueba: "Cansado de defender su honor del ridículo y de los chismes, autorizó a su hijo para ponerse el apellido que le diera la gana, con tal que no fuera el suyo" (Allende, pág. 243).
Así, la única compañía que encontró en su familia fue su nieta Alba.
Uno de los golpes más duros que Esteban tuvo que enfrentar en su vida fue la muerte de la mujer que más amó: Clara. Cuando ella murió, la Gran Casa de la Esquina entró en la desolación y el descuido. Ciertamente con Clara se fue la multitud de extravagantes personajes que habían entrado y salido por el portón siempre abierto de la casona a su antojo. Pero también se fue la vida y la alegría, se marchitaron las flores y los animales se marcharon. Y lo más duro fue que "Todos en la familia sintieron que sin Clara se perdía la razón de estar juntos: no tenían casi nada que decirse" (Allende, pág. 311).
Así, Esteban entró en una nueva etapa de caos e incertidumbre. Extrañaba profundamente a Clara, pero pronto se dio cuenta de que su espíritu seguía presente en la Gran Casa de la Esquina, y seguiría estándolo hasta el día de su propia muerte. Afortunadamente, con la muerte de Clara también se cerró el abismo que los separaba y estuvieron juntos como no lo habían estado antes. "Después de tantos años sin hablarnos, compartimos aquellas últimas horas reposando en el velero del agua mansa de la seda azul, como le gustaba llamar a su cama, y aproveché para decirle todo lo que no había podido decirle antes, rodó lo que me había callado desde la noche terrible en que la golpeé. (...) Nos reconciliamos por fin" (Allende, págs. 307-308).
Entre los trabajos, enojos, problemas familiares y sobrenaturales acontecimientos de su vida, Esteban Trueba encontró gozo y fuerzas en la política. Por largos años fue un Senador muy reconocido del Partido Conservador, y su ideología política fue lo que lo enemistó, entre otras cosas, con Pedro Tercero García, Esteban García, Jaime, Nicolás y algunos otros marxistas, como él los llamaba. Cuando la oposición ganó, él comenzó asegurando que retomarían el orden por las vías legales, pero pronto se volvió el más grande defensor de la lucha armada. No sabía que esto le traería una de las épocas más tristes y desoladas de su vida.
A causa de una dictadura que nunca esperó, se separó de Blanca, que se fue asilada a Canadá con Pedro Tercero, una vez que los tres estaban en paz. También fue esta la causa del atroz asesinato de Jaime, su rebelde y compasivo hijo. Y uno de los golpes más duros que enfrentó en sus últimos días fue que en esta guerra política su nieta amada fue tomada prisionera por la policía política, particularmente por el Coronel Esteban García. La joven sufrió tratos inhumanos, insultos, golpes, violaciones y humillaciones impensables que la llevaron incluso a desear su muerte. Su abuelo vivió un mes de búsqueda incansable, soledad y desesperación hasta que pudo rescatarla con la ayuda de Tránsito Soto. "Le dije que Alba es mi única nieta, que me he ido quedando solo en este mundo, que se me ha achicado el cuerpo y el alma, tal como Férula dijo al maldecirme, y lo único que me falta es morir como un perro, que esa nieta de pelo verde es lo último que me queda, el único ser que realmente me importa, que por desgracia salió idealista (...)" (Allende, pág. 438).
Afortunadamente, recuperar a su nieta le devolvió la paz a Esteban Trueba. Juntos reconstruyeron la Gran Casa de la Esquina, que había quedado en ruinas tras años y años de ocurrencias de sus habitantes, y llevaron una vida normal que quizá nunca habían tenido. Así, este hombre que pasó por tanto, que causó tanto daño, que defendió sus ideales, y que amó a pocos pero con locura, llegó a sus últimos días con amor y compañía. Con ese amor y esa compañía que él mismo ahuyentó durante toda su vida.
Esteban Trueba en una adaptación cinematográfica de "La Casa de los Espíritus".
Imagen tomada de
http://www.kindlegarten.es/2014/08/la-casa-de-los-espiritus-de-isabel.html
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Fuentes: